Hace algunos años, las playas de la política fueron testigo del desembarco de una serie de partidos que, como descubridores de un nuevo mundo, clavaron en sus húmedas arenas el estandarte de lo que ellos mismos autodefinieron como ‘Nueva Política‘. Llegaron a los diferentes espectros del campo ideológico. A izquierda y derecha se situaron con sus aires presuntamente nuevos, sus palabras presuntamente nuevas y sus modales presuntamente nuevos. El suelo se tambaleó bajo los pies de los viejos dinosaurios. «El bipartidismo ha muerto«, gritaban ufanos por los medios de comunicación que se abrían de par en par cegados por el destello de lo presuntamente novedoso. Lo gritaron tan fuerte que hasta Cánovas y Sagasta se estremecieron en sus tumbas al oír una frase que para ellos fue tan familiar en su momento.
Ha pasado ya un tiempo prudencial como para que sigamos usando la palabra ‘nuevo‘ con el fin de etiquetar a estas formaciones políticas. Y, quizás no tato por el paso del tiempo, sino por su forma de actuar, el adjetivo se ha terminado marchando por puro aburrimiento, por incoherencia.
No sé si será una costumbre más hispana que europea, el caso es que en este país tenemos una tendencia innata a abrazarnos a lo presuntamente nuevo. En Granada seguimos llamando nuevo al estadio de Los Cármenes, a pesar de tener más de 25 años de vida. Quizás porque no nos paramos a reflexionar lo suficiente, quizás porque necesitemos nuevos dioses a los que adorar en estos tiempos donde el reciclaje acaba con la fe, y la convierte en un objeto de usar y tirar en un Todo a 100, el caso es que cuando llega lo nuevo, nos adosamos a ello como una polilla a la luz, hasta que morimos o nos mata.
Ni todo lo nuevo es nuevo, ni eso nuevo es necesariamente bueno. Reflexionemos un poco sobre ello. Vamos a pensar sobre las aportaciones de esa nueva política a nuestro país, unas semanas antes de que celebremos las cuartas elecciones en cuatro años. ¿Es nueva la política que juega al bloqueo? ¿Es buena la presunta nueva política que juega al bloqueo? ¿Es nueva la tendencia innata a construir un ideario político en base al odio al rival? ¿Es buena la presunta nueva política que antepone los intereses de un líder a los del colectivo?
Esta es la realidad hoy día de nuestro país. Nunca pensé que el bipartidismo había muerto. Lo que realmente estaba pasando era la irrupción de dos actores nuevos en política que llegaban con la vocación de comerse a los dos viejos dinosaurios y ocupar sus lugares. En cierto modo de lo que se trataba era de gritar desde los balcones: «el bipartidismo ha muerto. Viva el nuevo bipartidismo». Pero no ha podido ser. Al final, el tiempo que lo pone todo en su sitio, ha repartido una y otra vez las cartas y cada uno ha jugado. Hay quien ha hecho lo que ha podido en cada mano; hay quien ha ido de farol y se le ha pillado; y hay quien ha pretendido forzar las reglas del juego. Quizás estamos en el momento definitivo y asumir las consecuencias de lo que ha hecho cada uno. Y los movimientos demoscópicos son claros. O al menos parecen serlo (o queremos que lo sean). Introducir la esquizofrenia transversal como elemento del relato no conduce más que al desasosiego existencial de unos votantes que, sin apego ideológico ya no saben a qué atenerse cada mañana. Vetar, levantar vetos; querer ministerios; renunciar a ellos… solo demuestra una cosa: el interés general se ha quedado en la casilla del Ns/Nc de las encuestas que engrasan los mecanismos de quienes desarrollan argumentarios día a día para intentar que el desastre no se note. Pero esto ya suena cada vez más a la orquesta del Titanic sonando, siguiendo las órdenes de la tripulación, mientras el barco se hunde manera tan catastrófica como inevitable.
Y ese será el legado de eso que llamaron la Nueva Política. Un conjunto de frustraciones sociales ente quienes se abrazaron a ella con honestidad esperando respuestas realmente nuevas a desafíos realmente nuevos en una sociedad cambiante y transformada. Esa sociedad que jamás importó un bledo a quienes se sacudían el polvo de la cara o se dejaban la coleta a medio hacer.