Broadchurch, lecciones contra el machismo

Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de una serie, tanto, tanto que las temporadas segunda y tercera me las tragué prácticamente de una sentada, incapaz de cortar el desarrollo de la historia, de interrumpir el desenlace de la trama. Hablo de Broadchurch, una serie británica, disponible en Netflix, que tiene todas las virtudes de lo que se hace bien en aquella tierra, con un David Tennant espectacular, al que llegué a través de otra grandísima serie –El Incendio-, y que, gracias a la que protagoniza esta entrada, se ha ganado todo mi respeto como actor.

Broadchurch no es una serie nueva. De hecho, la primera temporada tiene ya unos añitos, pero la he descubierto ahora. Era de esas que siempre se colocaba en la lista de deseos, y que era sustituida por otra. Nunca había momento para ella hasta que, como ya he dicho, Tennat hizo el papelón en El Incendio. Ya no había excusas.

Esa primera temporada es memorable. Cruda, dura, casi perfecta. El desarrollo de la historia y el final del último capítulo hace que pensar en la segunda temporada sea casi una ofensa. Nada podría ser tan bueno. Y efectivamente, no lo fue, pero en Broadchurch hay una virtud: nada pasa desapercibido. Eso de que no hay puntada sin hilo, capítulo a capítulo, es una realidad incontestable, incluso en esa segunda estación más floja que la primera. Es una serie con una gran carga de mensajes colocados en el metraje con la intención de hacer reflexionar al espectador sobre asuntos tan actuales como el de la venganza, las relaciones en comunidades pequeñas, la presión de la opinión pública, las fallas del sistema (policial, democrático, judicial…).

Pero llegamos a la tercera, ala que desembarqué aún más incrédulo que en la anterior. Si tenía dudas sobre la segunda, imaginad con la tercera. No pasa ni un minuto cuando ya sabes que hay una grandísima historia, una en la que ya no hay puntadas. Directamente nos dan un golpe en la cara con las costuras de la realidad. Evidentemente, la trama sobre la que han girado las dos anteriores ya no tiene nada más que ofrecer. Ha sido estirada, incluso en exceso. Y aunque está presente en la última -de forma magistral, una vez más-, ya no es su eje. Aquí, los guionistas nos dan otra bofetada. Del asesinato de un niño nos vamos ahora a la violación (cruel y salvaje) de una mujer de mediana edad, contada sin ningún tipo de disimulo. Como sucedió con la primera, termina el primer capítulo de la tercera con dolor de estómago.

Los tres protagonistas de la tercera temporada de Broadchurch

Avanzan los capítulos y poco a poco se van reconociendo las intenciones de guionistas y director, que no son otras que las de ponerle cara a todos los males de la educación patriarcal en cualquier sociedad. Pasan pocos minutos de primero cuando la víctima de la violación lanza la pregunta que destapa que esta temporada va en serio: «¿Ustedes me creen?» La pareja de policías no dudan, pero al espectador ya se le abre un espacio resbaladizo, porque en el caso de las agresiones sexuales ya estamos cansados de esa múltiple condena que sufre la víctima que debe defenderse constantemente de ataques que la culpabilizan, que la responsabilizan. Otra serie lo cuenta también de manera genial (serie que debería ser vista en los institutos de manera obligatoria. Me refiero a ‘Creedme’).

A partir de ahí, uno a uno, se evidencian todos los comportamientos patriarcales bien asentados en nuestra sociedad, formada durante cientos y cientos de años en los roles estereotipados definidos por el hombre, ya través de él, ya a través del machismo formativo e imperante, pensamiento único que ha moldeado impenitente todo un esquema de pensamiento capilarizado en todos los ámbitos estructurales de nuestro sistema.

Tenemos a quien entiende que un marido tiene derecho a espiar a su mujer porque, claro, es su marido. Tenemos a quien entiende que el consentimiento en las relaciones sexuales, como piensa Cayetana Álvarez de Toledo, es un mero formalismo. Tenemos a quien confunde obsesión con amor. Tenemos a la pornografía y sus peligros como introductora en la formación sexual de la adolescencia. Tenemos la indefensión de quien ve su intimidad ultrajada y descubre que alguna fotografía privada pasa a ser patrimonio escolar… y las derivadas que tiene para la víctima y para quien entiende que a personas así no merece la pena respetar…

Uno a uno se van haciendo presentes todas las actitudes que hacen que la mujer sienta que lo peor de una violación, no es la agresión en sí, sino todo lo que viene después, hasta tal punto que consideran que la denuncia es un requisito demasiado cruel para enfrentarse a él. Y he dicho mujeres porque, a pesar de lo que dicen los esclavos del patriarcado desde las tribunas públicas, son en la inmensidad inmensa de la mayoría de los casos, mujeres.

Convertir las manifestaciones del 8M en la difusoras del virus en nuestro país, además de ser un gesto miserable y mezquino, ha sido la proyección de aquellos títeres del patriarcado, del machismo y de la involución que han situado a la lucha por la Igualdad en el centro de la diana. Son los mismos que colocan fotos a las que disparan en galerías de tiro. Es la misma actitud la que preside su comportamiento, la del odio a quien hace tambalear un modelo obsoleto y anclado en siglos de desigualdad impuesta como una condena.

En medio de toda la bazofia que vomitan desde Vox o desde el irreconocible Partido Popular, los ocho capítulos de la tercera (y definitiva) temporada de Broadchurch, se convierten en un manual de instrucciones básico para reconocer todo aquello que hacemos muy mal, todas las trampas, nada inocentes, de un patriarcado que tiene toda la paciencia del mundo para enfrentarse a cada uno de nuestros avances en el largo y proceloso camino hacia la Igualdad real entre mujeres y hombres. Vedla. Enseñádsela a vuestros hijos adolescentes (he dicho hijos, con o). Cuando aparezca una de esas escenas a las que hago referencia, paradla. Volvédsela a poner una y otra vez. Cuantas hagan falta. Que entiendan perfectamente una cosa que, quizás por simple no la hemos prestado la suficiente atención: NO ES NO.

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