Las casualidades o las causalidades, nunca tengo muy claro dónde radica la raíz de todo, han ido conduciendo el camino de la presentación del libro ‘Maneras de conjugar el tiempo’ por una senda cuyo fin adivina un escenario repleto de alegrías.
La primera de ellas nos conduce a un teatro de barrio, el teatro de mi barrio para más señas. Ese teatro hoy se levanta sobre un trozo de suelo en el que yo, metro arriba o metro abajo, jugaba al fútbol en aquellas plácidas tardes infantiles en casa de mi abuela (en la cercana calle Palencia), donde el tiempo se marcaba con bocadillos de mantequilla y azúcar, deberes a medio hacer, las aventuras de Espinete y Don Pimpón, y un descenso a toda velocidad por las escaleras de los siete pisos que separaban aquella casa de la rasante para jugar el fútbol con una pandilla de chavales a los que no he vuelto a ver desde que se cerraron las puertas de la infancia.
Muchas de aquellas tardes nos íbamos a un descampado, junto al edificio de la Telefónica, para construir unas porterías con mochilas y piedras, sacar un balón y correr por el terreno embarrado y marrón de una Vega que ya olía a muerto. Con los años, aquel suelo preñado de patadas, gritos, caídas y sueños de grandeza con churretes en la cara, se convirtió en un centro cívico al que se le encajó un teatro que, con el tiempo sería bautizado con un nombre muy especial.
Y ese bautizo nos da la segunda de las alegrías. Isidro Olgoso, compañero y genio nos dejó demasiado pronto hace casi 8 años. Su ausencia, nunca cubierta del todo, la intentamos llenar los que nos quedamos por aquí hilvanando su nombre al barrio de su vida, ese Zaidín nacido entre dos ríos y al que le dedicó toda su erudición, ese Zaidín al que dotó de una banda sonora eterna que sonaba (y sonará) cada mes de septiembre). Así, a escasos metros del que fue su puesto de trabajo, colgamos su nombre en pesadas letras negras en la fachada más visible.
La tercera de las alegrías nos lleva a la naturaleza del escenario elegido para la presentación, un teatro público, de barrio. La Cultura ha sido devastada por los terribles efectos de esta maldita pandemia que se ha colado en nuestras vidas ávida de protagonismo. Ella ha señalado a sus víctimas de manera implacable. Ha arrebatado la vida a miles de personas y ha acabado con los sueños de muchísimas más. Además, ha contaminado aquellos espacios donde éramos felices, bares, restaurantes, teatros, cines, salas de conciertos. Hacer esta presentación en un teatro es un homenaje a la gente de la Cultura, casi un ejercicio de rebeldía contra un bicho invisible al que es necesario plantar cara con vacunas y con actitud (también con cautela). La Cultura es segura, llevamos un año diciéndolo y demostrándolo, a pesar de que sigue siendo una baja propiciatoria del miedo. El 15 de abril volveremos a decirlo, volveremos a enseñarlo.