De MadriZ al suelo

Existe entre esa ciudad y yo un asunto personal, una deuda no resuelta que me mantiene en el reverso de su sombra. Algo hay en su aire que me duele al respirar, y cuando llora, se cierran de repente todas mis ventanas.

En sus barrios más humildes se oye mi voz más clara. Por los raíles del Metro se escapa mi prisa y en el Retiro, el reloj se enreda entre los árboles altos me narcotiza el olor a césped recién cortado y piedra del Guadarrama.

En la espuma de una cerveza perfectamente tirada flotan mis primeros amores. Mi virginidad se hizo carabanchelera y se quedó para siempre una tarde de julio en los bares donde soñaba y sonaba Rosendo.

A veces rompeolas, a veces acantilado. Acunas lo que más quiero prestándole tu acento, tatuando en su piel tus huellas. Eres una ciudad sin horizonte y ya no te queda cielo a donde ir. De tan libre que te quieren, te han hecho presa mezquina de lo mediocre y aquel brillo de modernidad que un día cegó todas las bocas de incendio, hoy es un vestido raído de lentejuelas ajadas y aguardientosa voz de escritor mediocre que ladra por la radio consignas desdibujadas por el ruido. Madrid es libertad, dicen.

Los grillos cantan más alto que la voz que pide calma, aburrida ya, apagada por la batahola de turistas que asaltan la Puerta del Sol esquivando un ejército de Winnies the Pooh, Donalds y Mickeys, en una competencia feroz de látex y ausencia de orgullo; aunque a pocos metros de allí, pero bajo tierra, una canción nos habla de ti, de tu insomne vocación, de aquella alegría que fuiste, de tu pobreza germinal, de tus poetas de trinchera y Plaza Mayor.

Ciudad de banderas gigantes que enturbian el seso, de escudos de piedra, de fachadas ilustres, de placas en las paredes que recuerdan la bastardía de tu linaje, el mestizaje de tu acento, la nobleza de tu cuna humilde. Ciudad de chabolas de lujo y de chalets miserables, de barriadas encallecidas, de misa de 12.

Ciudad sin mar, pero con cuatro orillas donde atracan los vientos y la sal de los océanos que te bañan. Allí se escoran los veranos donde abandonada, tomas el sol en el asfalto y aparcas tu ansiedad en plena Gran Vía.

Ciudad coqueta a la que Velázquez pintó recién levantada y que Goya dibujó desnuda un mes de mayo, aún con las manos sangrantes y abrazada a las cadenas de su fatídico destino.

Ciudad cándida, ciudad donde un ‘no pasarán’ sólo es un eslogan falsario hecho de papel cebolla con el que forrar un sueño que nunca llega. La voz de unas rosas marchitadas con plomo, el hogar de una patria incrédula, el verso mal encabalgado de un poema sublime.

Entre ella y yo solo falta una despedida.

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