Soy hombre. No tengo muy claro qué es lo que significa eso, pero soy hombre. Un capricho cromosómico, un azar de la naturaleza que ha provocado que la quiniela genética pusiera una X y una Y en el pleno al 15 de mis casillas. Soy hombre y como hombre me han educado. Porque además de hombre, soy producto de una época, de un tiempo, de una cultura. Y en esa educación se han colado, de manera imperceptible, pero con toda nitidez, siglos y siglos de educación dirigida por los hombres hacia el resto de la sociedad, una educación ideologizada y tendente, entre otras muchas cosas, a mantener a las mujeres lejos y sometidas a nosotros, los hombres.
Soy hombre, pero me he preocupado de ver por qué las mujeres no se sienten seguras en esta sociedad. Pertenezco a una estructura social en la que pasan cosas muy graves, cosas que no encajan con los valores que se supone deben dirigirnos en un siglo XXI del que ya hemos superado una buena parte, cosas ante las que no puedo permanecer ajeno. Soy hombre en una sociedad en la que hombres asesinan a mujeres, las acosan, las cuestionan, las agreden, las ridiculizan, las violan, las cosifican por el mero hecho de ser eso, mujeres…
Y aunque soy hombre, y tengo parte de todo el peso patriarcal y civilizatorio sobre mis hombros, jamás me he dado por aludido cuando las mujeres denuncian que son asesinadas por hombres, que son agredidas por hombres, que son acosadas por hombres, que son violadas por hombres. Será que no asesino, ni acoso, ni agredo, ni violo. Será que me he preocupado a lo largo de los años de tener resortes preparados y alarmas encendidas para cuando haya cometido – que lo he hecho- alguna falta encajable en ese comportamiento que no respeta la independencia, la libertad o la voluntad de las mujeres de mi alrededor.
Siempre he tenido claro que no es no. No hay matices, cómo puede haberlos. Y cuando ahora veo, leo, escucho a hombres -y tristemente a mujeres- cuestionar todo esto que se ha ido construyendo a un coste tan alto, siento una rabia endiablada que eriza mi piel y reviste todos mis pensamientos de una camiseta violeta, hace que me calce mis zapatos violetas y salga a la calle para pintar de violeta paredes, ventanas, puertas… y coloree de violeta todo mi vocabulario porque sí, porque arreglar todo esto es también cosas de hombres, hombres como yo que somos capaces de decir basta ya, y colocar su hombro al lado de los hombros de todas ellas.